
El paquete, chiquito y pesado, se me escurría bajo el brazo traspirado. Me ganó la curiosidad, y me animé a abrirlo. Adentro había un fierro y guita. Aguanté el escalofrío unos pasos, ni siquiera dejé de caminar. Me guardé guita, me calcé el fierro y me volví a matarlo al Cholo.
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