domingo, 27 de septiembre de 2020

Hecho a mano

—¿La hiciste vos?
—Pieza por pieza. Menos los transductores, a esos los saqué de un viejo cohete de tu tío.
—¿Y vuela?
—¡Claro, Vegaluz! También tiene un campo de fuerza y un aturdidor de precisión. Por las dudas, ¿viste?
Marcia las miró con desaprobación. Vegaluz se calzó la mochila jet en el patio y ascendió rauda al cielo. Recién cuando se alejó el trueno de los cohetes, Marcia encaró a la anciana.
—Ya sé que te aburrís todo el día sola, mamá, pero tratamos de criarla en un ambiente seguro. No podés regalarle a una nena cachivaches así.


viernes, 25 de septiembre de 2020

La caída de Fiorkul

Fiorkul, el príncipe de la galaxia, cometió un pecado gravísimo al dibujarse en el pecho la sagrada constelación de Cihlat, pues su configuración estelar revelaba, a quien supiera descifrarlo, el secreto del universo.

Su intención era retorcida pero no imposible: materializarse en el planeta tierra, donde según la profecía existía un ser conocedor del gran secreto, buscarlo para unírsele y gobernar juntos el universo.

Al llegar, Fiorkul adoptó el aspecto corriente de un muchacho moreno, de andar desgarbado, y dientes algo saltones, vestido con un short fluorescente y ojotas. En la playa nadie reparaba en él mientras la recorría mirando alternativamente al cielo y a su pecho como dando un indicio.

El atardecer lo encontró cansado de buscar en vano. Meditaba su siguiente paso sentado en la arena cuando se le aproximó el ser más hermoso que jamás hubiera visto.

―Hola, flaco. ¡Que lindas estrellitas! ¿Es de Henna?¿Dónde te lo hiciste?  ―dijo a Fiorkul señalando el tatuaje en su pecho.

El príncipe naufragó en la inocencia de aquellos ojos y así se perdieron para siempre el linaje sagrado de Fiorkul y el secreto del universo.



domingo, 20 de septiembre de 2020

Transilvania

Pequeñas ristras de ajos con imán para la heladera, colmillos de plástico. Baratijas made in China se encuentran aquí con turistas de todo el mundo. 
La cara de un tipo de gesto constipado, peinado a la gomina y con la boca chorreando sangre se multiplica en cientos de camisetas.

Una vez más, la humanidad ha enterrado su miedo atávico bajo una montaña de mal gusto.

En una cripta cercana, el verdadero protagonista reposa esperando tiempos mejores.



viernes, 11 de septiembre de 2020

Un buen diablillo

A veces creo que es un niño y otras estoy seguro de que el pequeño robot juega con todos nosotros. Esa tarde, por ejemplo, intentaba escabullirse de mí, escondiendo torpemente algo a su espalda.

―Ocho Pines, ven acá.


―Estoy apurado, mi capitán.


―Sabes que no puedes desobedecer una orden directa.


El niño robot se acercó con cautela, ocultando de mi vista sus manopinzas.


―Dámelo.


―Usted… no quiere esto, capitán ―suspiró.


―Es una orden.


Resignado, me mostró la cajita que escondía en su metálica palma. Se la arrebaté en el acto. La tapa tornasolada tenía grabado un símbolo desconocido.


―No la abra ―musitó.


Como es lógico, actué a la inversa. Apenas levanté la tapa, me deslumbró el brillo del sol sobre el mar al tiempo que una inmensa ola rompía sobre mi cabeza y me revolcaba por la playa en un remolino de arena y agua salada. 


―A golpes se hacen los hombres ―escuché decir a mi padre mientras me levantaba tosiendo.


Oír de nuevo aquella voz me causó tanta ansiedad que rompí a llorar. Ocho Pines levantó la cajita del suelo y la cerró despacio.


―Feliz cumpleaños, capitán.




domingo, 6 de septiembre de 2020

Doctor Amor



Les indicó caminar una hora todos los días.

De la mano.













viernes, 4 de septiembre de 2020

El despertar de los Gunaii


Éranse unos seres legendarios que con el tiempo habían conquistado la cúspide del conocimiento. Su agudísima inteligencia les permitió descifrar el secreto mismo de la felicidad.

Uno de ellos, seguro el más sabio, no tardó en construir la gran máquina. Al accionarla, todos se unieron en un grito de dolor. Después, se miraron los unos a los otros en completa perplejidad y de la misma manera que las bestias, disfrutaron de la paz de su flamante ignorancia.



 

jueves, 3 de septiembre de 2020

Formato

—Podría no escribir, pero mi mundo no sería el mismo. Es un impulso, una necesidad de liberar el alma. Escribo porque se me antoja y no puedo ni quiero evitarlo. ¿Le parece razón suficiente?
El editor lo miró condescendiente
—No me hice entender, solo le pedí que la próxima vez justificara sus textos.