Pero los años deambulando entre montañas de basura trastornaron mi mente, porque el basural tiene algo enloquecedor, un caleidoscopio de contínuas transformaciones, la nueva basura provocando cambios insignificantes en un panorama estático. Y los cirujas igual, sufrimos minúsculas alteraciones cotidianas que poco a poco nos van deformando por dentro y por fuera. En el basural yo buscaba sin sospechar que algo me estaba buscando a mí. La bestia.
Acecha con ojos de rata, siente con nervios de cables enterrados, sus pulmones son bolsas de supermercado y en una lata oxidada palpita su corazón de plástico derretido. Cuando pude descifrar los símbolos de ese poder, descubrí el verdadero tesoro y retumbó en mi espíritu su generosa llamada, su invitación a formar parte de algo colosal y perpetuo que ya había empezado a apoderarse de mí.
Apenas la fatiga superó mi resistencia me derrumbé entre toses y jadeos, apoyé la mejilla contra la porquería y me entregué manso a la bestia.
