martes, 29 de agosto de 2023

Supermolesto

Aguantaba sin problemas balazos a quemarropa, porrazos brutales, caídas infinitas y las explosiones más terribles, pero lo que lo mortificaba de verdad era la etiqueta del supertraje rozándole en el cuello.












viernes, 25 de agosto de 2023

Manchapapeles

—Imposible hallar un juez competente, ¿igual podremos alcanzar un acuerdo?
—Totalmente. Podría avenirse el diablo a permanecer in aeternum en el inframundo, reconocer la superioridad divina y desistir de conquistar el cielo, a cambio de permitírsele cometer determinadas tropelías, tentar y corromper hasta cierto punto el alma humana y gobernar el inframundo. Por supuesto que ningún abogado se arriesgaría a semejante hazaña sin estipular unos honorarios acordes.
—Que serían...
—Las tres grandes I: Inmunidad, inmortalidad, impunidad.
—Carísimo. Aún así, si funciona...
—Señor, déme unos días para conseguir el teléfono del infierno y organizaré una primera reunión.

martes, 15 de agosto de 2023

Benditos malditos

Cuando pecaban, intercambiaban con tal descaro las distintas partes de sus almas, que el diablo nunca se atrevió a llevar ese entrevero al infierno.












jueves, 10 de agosto de 2023

Fiasco

El sultán no comprendía la magia occidental. ¿Qué tenía de proeza cortar a una mujer en dos y por qué tomarse la molestia de que termine ilesa?












viernes, 4 de agosto de 2023

Marta contra los reptilianos


Miraba distraída el borde del balcón y el café se le atragantó del terror. Ahí, entre sus macetas, afloraron primero unos garfios y después una cabezota de reptil que escudriñó en detalle su departamento.

Marta comprendió que si el alienígena —o lo que fuera eso— entraba estaría perdida. Reaccionó. Bajó la taza despacio y al tanteo, agarró la escoba. ¡Blam, blam, blam! Golpeó al reptiliano tantas veces como pudo hasta verlo caer. En slow, sus garras arañando el vacío, Marta cerró los ojos justo antes del choque contra el piso. Cuando los abrió, el monstruo le pareció diminuto, apenas una lagartija estampada en la vereda.

De repente, la lagartija se volteó, Marta adivinó su mirada reptil, su lengua siseando furiosa, la muñeca doblada zarandeando la palma de la mano en un claro gesto de amenaza.

Suspiró aliviada cuando allá abajo la lagartija desapareció entre la piedrecitas del jardín, pero enseguida pensó en que volvería con refuerzos. Y recién eran las nueve de la mañana.