viernes, 4 de agosto de 2023

Marta contra los reptilianos


Miraba distraída el borde del balcón y el café se le atragantó del terror. Ahí, entre sus macetas, afloraron primero unos garfios y después una cabezota de reptil que escudriñó en detalle su departamento.

Marta comprendió que si el alienígena —o lo que fuera eso— entraba estaría perdida. Reaccionó. Bajó la taza despacio y al tanteo, agarró la escoba. ¡Blam, blam, blam! Golpeó al reptiliano tantas veces como pudo hasta verlo caer. En slow, sus garras arañando el vacío, Marta cerró los ojos justo antes del choque contra el piso. Cuando los abrió, el monstruo le pareció diminuto, apenas una lagartija estampada en la vereda.

De repente, la lagartija se volteó, Marta adivinó su mirada reptil, su lengua siseando furiosa, la muñeca doblada zarandeando la palma de la mano en un claro gesto de amenaza.

Suspiró aliviada cuando allá abajo la lagartija desapareció entre la piedrecitas del jardín, pero enseguida pensó en que volvería con refuerzos. Y recién eran las nueve de la mañana.



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