El insectoide arribó a la nave del Capitán con las manos vacías. No quería molestar pero no sería la primera vez que el habitual comprador de antigüedades rompiera su soledad invitándolo a comer.
Y no se equivocó. El capitán celebró poder departir con alguien más que las máquinas que atendían sus necesidades.
—Llegas a tiempo, camarada. Estaba examinando una pieza fenomenal proveniente del mismísimo planeta Tierra.
El visitante fingió interés.
—Oh, ¿que podría ser tan valioso, Capitán? ¿Algo como ese fantástico juguete en forma de + con un humano clavado en el centro?
—Algo mejor, mi curioso amigo. El cuerpo de un animal original, sin alteración genética alguna.
—¿Puedo verlo?¿Es comestible? —zumbó ansioso.
—Este pequeño alguna vez surcó los cielos terrestres, observa sus pequeñas alitas —exclamó con aires de profesor, sosteniendo en la mano un hipocampo disecado, pegado con silicona a una valva de molusco —. Míralo, ni siquiera tiene patas, se fijaba al exoesqueleto calcáreo mediante segregación pegajosa.
—Es color azul, semejante a las Fhrizyxukas maduras, ¿Que sabor tendrá?
—Jajaja, toma color azul cuando hay clima seco, cuando hay humedad en el ambiente su piel se torna rosada. De esta manera daban importante información a toda la bandada.
—¿Tenía nombre este apetitoso ser volador?
—Claro, bruto —dijo mostrando la inscripción de la base.
«Rdo. de Sta. Teresita.»*
El insectoide suspiró:
—Rdodesta Teresita, eres un tesoro….
La computadora central los interrumpió: ¡Capitán , la cena está servida!
*Santa Teresita, localidad Argentina.
¡Volver a la nave nodriza!
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