domingo, 17 de marzo de 2019

Mi abuelita VII

Me sobresaltó ver a la vieja, sentada en un rincón.

—¿Ha visto un fantasma mijo? Que todavía no estoy muerta...
—Es que vengo asustado de antes, abuelita ―balbucí.
—¿Y por qué anda cagado esta vez el changuito de la capital?
— No joda, vieja. Ustedes, acá en el campo, están acostumbrados a todo ―dije ofendido.
—Gustavito… largue sin cuidado que estos ojos muertos han visto cosas bien raras.
—Una mujer... se me apareció en la niebla, abuela. Estaba al costado de la ruta con los brazos abiertos, justo entre los dos pueblos, en plena oscuridad en medio de la nada...

La abuela apretó los labios, desvió la mirada y me preguntó, como para asegurarse:
—¿Pálida? ¿Flaquita, qué no? Mal entrazada... con el pelo en la cara...
— Sí, sí, abuela, ¡así era! ―interrumpí nervioso.
—¡Virgencita! Cuando la vea, usted se persigna así. Mira para adelante y sigue manejando derechito ¿ha visto?, no mirarla ni por el espejito. Y ahora a dormir, mijo. Tiene que andar con cuidado, no vaya a perder su alma.

Fueron muchas noches de pasar persignándome hasta que alguien me contó de Yolanda, la puta que atiende entre pueblos.


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