miércoles, 25 de julio de 2018

De caravana



A las tres de la mañana, un vecino de la mansión avisó a la policía, alertado por la cumbia a todo volumen y el griterío de la fiesta.


Cuando los agentes se presentaron, encontraron la casa llena de indigentes, vagos y demás representantes del pobrerío. 

Nadaban vestidos en la piscina iluminada, retozaban en las habitaciones y bailaban sobre los muebles de caoba. Alegaban estar ahí invitados por el dueño pero ninguno lo conocía en realidad. 

Les costó más de una hora desalojarlos. Salieron a regañadientes, llevándose lo que podían: comida, bebida, un stereo gigante. Un nenito mugriento se llevó hasta al perro.

Los policías buscaron al magnate por toda la finca temiendo lo peor, su secretaria intentó ubicarlo al móvil. Todo en vano.

La juerga se trasladó al barrio de lata, donde continuó hasta el amanecer.
En la pista de tierra, un viejito en bata, bebía y reía a carcajadas abrazado a una mulatona. La chica le revolvía el cabello sin sospechar que despeinaba un corte de quinientos dólares.


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