lunes, 5 de agosto de 2019

Mi abuelita XII



El albacea rasgó el sobre correspondiente a los nietos.
Contenía treinta y siete escrituras, una a nombre de cada uno de ellos, consignando un terreno para cada uno.
Reaccionaron conmovidos por la generosidad de la abuela —nadie suponía que tuviera tantas propiedades—.
Ninguno la había conocido bien.
Sabían por sus padres, que vivía recluida en una lujosa residencia geriátrica, pero jamás la visitaban.
La sorpresa llegó cuando advirtieron que los terrenos eran de dos metros por ochenta centímetros.
Una carta adjunta aclaraba el misterio. “Es lo único que necesitarán al final, un lugar donde poner a descansar su cuerpo.”



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