viernes, 24 de mayo de 2019

Desencuentros

En la villa era él, pero también era otro, las miradas ajenas se lo confirmaron. Recorría los pasillos sin miedo, pero con un extraño sentimiento: Ese ya no era su barrio.

«―Roli, andá, traélo a tu hermano. ¡Lo dejamos solo! ―le dijo su madre antes de morirse.»
Jamás hubiera vuelto si no necesitara cumplir su última voluntad. Ella quería que volvieran a estar juntos. Nunca se perdonó por dejarlo allí.

«―¡Machi, viniste! ―deliraba confundida por la fiebre.» 
¿Debía contarle que murió queriendo verlo? 

Cuando su padre los abandonó, Machi empezó a meterse en problemas.
Roli en cambio, siempre vivió para su madre. Apenas pudo, cambió la villa por un barrio de casitas humildes. La oveja negra no quiso seguirlos. Para ese tiempo, ya manejaba algunos negocios turbios ahí.

Regresando de sus pensamientos, Roli advirtió al grupo en la esquina, mal presagio.
Antes de poder explicar quién era; o quién no era, tres balazos lo dieron por tierra.

Todo eran gritos y corridas cuando apareció el Machi.


Nada hay más parecido a la muerte propia que ver morir a tu gemelo.

―¡Hijos de puta, esas eran para mí! ¡Aguantá Roli, aguantá hermano!

A sus propios rasgos, repetidos contra el cielo, Roli susurró: «Otra vez te dejamos solo, Machi…»


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