Ciertamente, el gordo en cuestión aullaba bajo la granizada, abriendo brazos y piernas como quien hace angelitos en la nieve, intentando cubrir más superficie.
―Vamos, Comandante, mejor busquemos algo que comer.
Refugiados bajo el puente, Comandante movió alegre la cola y el vagabundo comenzó a rebuscar en su bolsa de arpillera.
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