domingo, 17 de febrero de 2019

La promesa

Las manos empapadas de colonia, palmotean sus cachetes caídos frente al espejo. Acomoda su corbatín y se calza el saco de tweed; por último, manotea la valija de abajo de la cama y sale de la vieja casona.
A sus ochenta y tantos, está listo para escapar con su joven amante.
En la valija gastadísima, carga un montón de billetes que el tiempo se encargó de volver caducos. «¡No son billetes inútiles! Quieren engañarme, robar mi fortuna».
Espera nervioso el colectivo sentado frente a la parroquia.
Sube y pide:

—Hasta la estación, joven, conserve el cambio. —Ofreciendo al chofer un billete desvaído con demasiados ceros para la época.

El colectivero sonríe y acepta el dinero inservible. El anciano ocupa el asiento delantero, como de costumbre.
 

—¿Va de viaje, jefe? —Le pregunta, aunque sabe la respuesta de antemano.
—Mi novia me espera, nos vamos a Buenos Aires.

La conversación continúa por el camino. La historia de un amor prohibido, de Montescos y Capuletos, un suegro incomprensivo, una promesa inquebrantable...

En la agitada estación, desciende ansioso por la puerta trasera.El colectivero va al baño y minutos después, vuelve para recomenzar el recorrido.
El viejo continúa sentado, esperando con gesto inexpresivo.

—¿El señor García? —Le pregunta el chofer con disimulo.
—Sí, ¿Quién es usted? —responde intrigado.

El chofer susurra de costado, con el canto de la mano sobre la mejilla opuesta.

—Tengo un mensaje de su novia. Lo espera en la plaza, frente a la parroquia. ¿Quiere venir?

La mirada del viejo se ilumina. Se levanta del banco, saca un billete añoso, como él mismo, y sube de un salto al colectivo.

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