Sin mi pareja no tengo sentido ni utilidad. Ella se fue y yo quedé tirado, literalmente, en el cordón de la vereda. Ahora soy basura, nadie me notaadvierte. Casi nadie.
Una niña me saluda desde los brazos de su madre.
Un estudiante supersticioso me esquiva.
Un perro me olfatea y se va.
Anochece temprano en invierno. Las sombras crecen.
Un vagabundo se acerca.
Al verme piensa en el frío: «Una mano abrigada es mejor que nada».
Me sacude, me calza en su zurda y sufre una espectacular epifanía. ¿Recordará cómo era?
Respira hondo. Mete nuestro pulgar en su bolsillo delantero y con la otra mano inclina su sombrero.
En soledad, bajo el reflector de la luna, ejecuta aquel paso de baile imposible que desafía la gravedad. Y yo me siento parte de la magia.

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