martes, 7 de marzo de 2023

A sus órdenes

El duque cargaba el revólver con fingida desaprensión, mirando de reojo la campanilla de plata sobre la mesa. Cuando el reloj del gran salón dio las doce, cedió a su genio e hizo sonar la maldita campanilla.―¿Se le ofrece algo, señor?
―Mi buen Clifford… necesito un último favor de tu parte ―dijo el duque —. No te lo pediría si pudiera evitarlo.
Su huesuda mano le tendió la culata del arma. El mayordomo dudó en tomarla, al final suspiró resignado:
―Entiendo, señor.
De inmediato, el duque giró el sillón e inclinó la cabeza, temía arrepentirse de su decisión. Casi disfrutó al oír el clic del martillo antes de la detonación que llenó la biblioteca de humo de pólvora.
Dos segundos después aflojó las mandíbulas, incrédulo de seguir vivo. Se volvió. Sangre. El cadáver de Clifford lo miró desde la serenidad de la muerte.

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