miércoles, 3 de febrero de 2021

La recaída

La psiquiatra le recetó aquel fármaco en las reuniones nocturnas de Alcohólicos Anónimos. Así, controlaría la ansiedad, pero le advirtió que si no combatía a su demonio interior, la sed volvería más fuerte.

En la puerta del bar, resistió acariciando el frasco de pastillas vacío. Luego entró y se acercó a la barra, aunque no pidió nada. Unas chicas al fondo bebían riendo despreocupadas, la frente se le perló de transpiración. 

Luchando contra la tentación, salió del bar y desde el callejón telefoneó a su consejera. La psiquiatra le ordenó quedarse allí mientras ella llegaba al rescate.

Minutos después, bajó de un taxi directo a la oscuridad del pasillo. 

―¡Dame una pastilla! ―le pidió él temblando.

—No es la solución ―contestó ella.

―Entonces vete. ¡Ahora mismo! ―le gritó. En cambio, ella lo abrazó. Fue demasiado, la fragancia de su cuello moreno desató una sed salvaje, incontenible. Hecho una furia, le clavó los colmillos hasta el fondo, bebiendo su sangre con fruición, sintiendo la culpa como una estaca atravesándole el corazón.


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