Es un ciclo, cada tanto el calorcito vuelve. Otra vez empezamos a sudar mientras la gente que pasa nos mira, nos huele, suspira y sigue. Somos rehenes de un mecanismo impiadoso. Atados de pies y manos giramos alrededor de la promesa de un cuerpo sin grasa con la piel crocante y un bronceado uniforme.
Una pareja se detiene frente a la vidriera de la rotisería. La mujer me señala y le dice al marido:
―Viejo, ¿y si llevamos un pollo al spiedo?