—¿Tú?
—Sí, yo. Me has invocado, aquí estoy. ¿Qué deseas?
—Sí, yo. Me has invocado, aquí estoy. ¿Qué deseas?
—Oh... pensaba en tí más como una entelequia, un concepto. Ya sabes, el mal, lo prohibido, el destino de perdición. Nunca te consideré una presencia real.
—¡Infeliz! ¿Crees en la psicología o en teorías físicas y abstracciones matemáticas pero mi existencia te resulta inviable?
—Ponte en mi lugar, poderoso señor. Las implicaciones de este encuentro inconcebible verifican la conciencia humana, el juicio del alma, el castigo eterno y además, justifican tu existencia como ejecutor de esa condenación final.
Fausto pretendía continuar, el diablo lo interrumpió.
—¡Ah, humanos! Ridícula pedantería la de tu estirpe insignificante. Soy el diablo, sí, pero tengo mejores asuntos de que ocuparme que las miserias de los hombres en la tierra.
Luego el diablo desapareció entre carcajadas.
—¡Infeliz! ¿Crees en la psicología o en teorías físicas y abstracciones matemáticas pero mi existencia te resulta inviable?
—Ponte en mi lugar, poderoso señor. Las implicaciones de este encuentro inconcebible verifican la conciencia humana, el juicio del alma, el castigo eterno y además, justifican tu existencia como ejecutor de esa condenación final.
Fausto pretendía continuar, el diablo lo interrumpió.
—¡Ah, humanos! Ridícula pedantería la de tu estirpe insignificante. Soy el diablo, sí, pero tengo mejores asuntos de que ocuparme que las miserias de los hombres en la tierra.
Luego el diablo desapareció entre carcajadas.
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