Todo el tiempo. ¡A mí, que no le pido nada!
Me fastidia todo el tiempo con sus alardes de poder, sus consejos de sabiondo, sus caminos misteriosos; si ni siquiera le pregunté dónde estaba cuando te fuiste. Parece disfrutar perturbando mi trabajada indiferencia con esa retahíla de milagros. ¡Habiendo tanto chupacirios esperando una señal!
¡¿Por qué no te callas?! le reclamo, como aquel rey de cartón. Pero maldigo solo, pues bien sé yo que no existe.
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