Cumplió cuarenta el año pasado pero es un niño eterno, tan juvenil y saludable como siempre. El apodo le viene de su tez pálida, sus colmillos puntiagudos e incisivos ausentes.
En el barrio La Blanca todo el mundo lo conoce y todos saben el truco para hacerlo feliz.
—¡Eh, Draculita, vos sos el primer cerrista! ―le dicen ―, ¡Vamos Cerro, abajo Olimpia, buuuh!
Entonces, Draculita, prodiga su actuación.
Pone los ojos en blanco, como en shock, después agacha la cabezota y embiste como un toro el pecho del provocador. A continuación, comienza una andanada de golpes fingidos. Al estómago, a la cabeza, ¡pam, pam, pam!
La pantomima sigue hasta que su rival pronuncia un:
—¡Perdonáme, Vidal, vamos Olimpia, Olimpia campeón!
Solo así Draculita suelta a su presa, lanza una carcajada de triunfo y golpeándose el pecho, fuerte con la palma exclama:
—¡Cho, olimpita, o-lim-pita!.
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