Acompañaba al insectoide en la búsqueda de Ocho pines.
El niño robot había escapado en busca de fortuna y ese lugar era ideal para encontrarla... o perderla.
En el centro de la plaza, vio un monumento flotando en un campo de fuerza. Un gigantesco globo dorado mostraba en su interior la figura de un titánico ser amorfo, rebosante de tentáculos que a pesar de su inmovilidad, causaba verdadero terror.
—¡Que impresionante! —exclamó la zamannita asombrada—. ¿Quién es?
El monumento parpadeaba de modo que no permitía fijar la mirada en él.
—Es Azathoth, el caos que gime en silencio desde el centro del universo —comentó el insectoide con gravedad—. Se dice que al final de los tiempos ha de liberarse para destruir todo lo que existe.
—No entiendo —replicó Azaharaia inclinando su tallo—, ¿por qué harían una estatua de algo tan perverso?
El insectoide no comprendió la pregunta.
—¿Qué estatua?
¡Volver a la nave nodriza!
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