Un sonido simpático y un circulito rojo anuncian la llegada de una foto. Algo borrosa, tiene veinticinco años, mínimo.
Estamos todos en el casamiento del negrito, la barra completa y en el centro sonríen los novios. La Bubu ya tiene panza de embarazada y el negrito, de pelo larguísimo, no puede disimular el cagazo. Sonríe de compromiso pero tiene los huevos en la garganta, como cualquier pibe que se casa de apuro. Lo sé porque lo recuerdo todo como si hubiese pasado ayer.
―Vas a ver, va a salir todo bien ―le dije y lo abracé fuerte, porque no estaba para nada seguro.
El matrimonio no duró mucho ―la perfección es enemiga de lo bueno―, ¡pero como me gustaría volver! Volver para contarle que sí, que salió todo bien, que su hijo está criado y es un gran muchacho.
¡Hace veinticinco años me moría por conocer el futuro y ahora no puedo regresar al pasado!
Lo único que tengo es este presente.
Emocionado, marco el número y en la pantalla aparece la cara del negrito. Está pelado pero conserva la sonrisa y el brillo en la mirada. No lo dejo ni hablar.
―¡Te dije que iba a salir todo bien, hermanito!
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