—Ahí lo tiene, doctor Vildoza, el primer viajero del tiempo —dijo el jefe científico con orgullo —. Llegó ayer a nuestro presente y necesitamos con urgencia su opinión sobre él.
Detrás del cristal blindado, había una especie de homínido. Tenía el cuerpo peludo cubierto de dispositivos de alta tecnología y se debatía entre espasmos y gruñidos lastimeros.
—¿Que podía hacer un simple psicólogo? —pregunté alterado por semejante espectáculo.
—Una evaluación, por supuesto. Estamos muy preocupados y esperamos que nos ilumine.
El cavernícola contraía sus facciones simiescas respondiendo a las señales emitidas por 8l casco luminoso en su cabeza.
—Exijo que le quiten todo eso ―reclamé.
—No, doctor. Podría ser peligroso.
—Colaboraré solo si lo hacen —respondí aparentando calma.
—¿Porque nos pide hacer eso?
—¡Están torturando a este pobre diablo que han raptado del pasado! —exploté.
—No ha comprendido nada, doctor, estos aparatos no son nuestros, el espécimen vino con ellos desde el futuro.
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