Recuerdo una explosión, después mi pierna con una gran herida azul.
Desperté en el hospital. Una enfermera remarcaba la suerte que tuve de sobrevivir mientras colgaba una bolsa de líquido azul oscuro.
—¿Qué es eso? —pregunté inquieto.
—Sangre —contestó —, la necesita y mucho.
—¿Azul?
—Ese es el color de la sangre, Sargento.
Sentí náuseas. ¿Me volvió loco la guerra o el estallido me transportó a otra dimensión?
Como fuera, en esta realidad lo que era rojo es azul: La sangre, las frutillas, los labios de las señoritas… ¡Hasta los pelirrojos aquí son peliazules! Y todos lo aceptan con naturalidad.
Al principio discutía mucho, me ponía violento. A punto estuvieron de llevarme al manicomio. Luego comprendí que era mejor ignorar todo, fingir que nada malo ocurría.
La guerra terminó, casi estoy recuperado de la pierna y el retiro no está mal. Es sólo que ya no soporto este opresivo cielo color carne.
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