—La sonda cromática detecta un cuartito en la trastienda —transmitió el capitán al oído de su amigo—. Tiene dimensiones suficientes, Ocho Pines podría encontrarse allí.
El insectoide se tocó la sien y con aire enigmático interrogó a Zeerblam:
—¿Que hay en la habitación trasera? Mi aura detecta movimiento... y calor.
—Ah, ¿eso? Solo un pasatiempo —dijo la voz del escultor—. Los seres cuasi-eternos debemos procurarnos entretenimiento.
—¿Cuéntame? —indagó el insectoide.
—Crío Mulligs, las inteligencias más diminutas de este universo. Lo que detectas es la actividad de su micromundo.
—¿Valen para algo?
—Oh, si. Son crueles y estúpidos pero muy útiles para desarrollar experimentos sociales.
—¿Podemos entrar? —desconfió Azaharaia.
—No es conveniente. Estoy a mitad de un experimento. Para ellos soy la voz de su Dios. Hace unos dos mil años que no les hablo y su pequeño mundo ahora es un desastre. Arruinaron el ecosistema y se han estado matando unos a otros en mi nombre, jiji.
Solo conocen su cuarto y aún así, creen ser la única inteligencia del universo. Una contaminación externa podría arruinar su inocencia.
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