El chofer del colectivo se me queda mirando.
¡No!
Yo soy el chofer y me miro a mí mismo subiendo al colectivo: «¡Mirá la hora que es y este tarado que no sube!»
Subo apurado y me encuentro de frente con la mirada flamígera de un bebé que va en brazos.
¡No!
Yo soy ese bebé y siento miedo de caerme y me embriago del aroma del pecho de mamá.
Al medio del colectivo, una mujer va sentada en el piso. Lleva uniforme de una empresa de limpieza y se inclina a un costado para dejarme paso.
¡No!
Yo soy esa señora con la espalda dolorida y mucho cansancio en el alma.
Cada vez más confundido, llego al último asiento, a sentarme junto a un borracho mal entrazado y bambolenate. El tipo me dedica una mirada acuosa.
¡No!
Soy yo con la mirada empañada, sintiendo el mareo y la náusea anidando en la boca de mi estómago.
Cierro los ojos aterrado. Mentalmente me prometo dejar de escribir historias en el colectivo.
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