Él le tendió su mano y ella lo abrazó con gesto cándido. Bailaron con gráciles pasos, sin dejar de mirarse a los ojos ni un instante.
La música sonaba lejana. Desapareció el salón, las luces, los invitados...solo existían los dos y su baile; aquel que siempre habían soñado, ese que nunca habían tenido.
Y al terminar la música, volvieron poco a poco a ser Ramona, la cocinera y Francisco, el mozo de la fiesta.
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