Me asombra el comportamiento de nuestros sentidos. Parece magia. Cuando se apaga uno, la vista por caso, los otros despiertan con fuerza, casi se diría con alegría de ser útiles.
El olfato me grita que estoy en una cocina, el oído me confirma la cercanía del autódromo municipal, el tacto me transmite la aspereza de la arpillera sobre mi cara y el gusto, el sabor metálico de mi propia sangre. En cualquier caso, será información inútil si no salgo con vida de este secuestro.
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