Cuando incorporó al espíritu, Clelia, la médium, contrajo el rostro en una mueca imposible. Ahora se movía por el cuarto encorvada como una anciana. Una voz cascada agitó su garganta:
―¡Oh, muchacho—señaló al joven con un dedo retorcido —, una muerte horrible te espera!
Después rió a carcajadas y cayó al suelo convulsionando.
Clelia se recuperó ignorándolo todo. El joven cliente estaba blanco y sollozando le relató el espantoso suceso. Ella bebió un poco de agua y después lo tranquilizó:
―¿Una vieja achacada? —Sonrió condescendiente —. Es el espíritu de la gitana. Tranquilo, nene, esa no pegaba una cuando estaba viva y en el más allá sigue siendo igual de incompetente.
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