Está en el patio del pabellón de mínima seguridad, dónde a los reclusos les falta poco para salir. Desde la calle parece un buzón y desde adentro es un hueco en el muro con forma de máscara, con una raja fina a la altura de la boca.
Para algunos es un placer, para otros una dulce tortura, pero todos quieren meter la cara, sacar la lengua y saborear un poquito la libertad.
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