Luego de pasar una noche de romance y lujuria con su joven ayudante, Gladys Fox entró cantando al laboratorio. El futuro asomaba prometedor y eso la ponía de muy buen humor. El "psicodisíaco", su nueva droga activadora del deseo sexual, revolucionaría las relaciones humanas para siempre, haciéndola millonaria en el proceso. Había cruzado un límite al administrársela al muchacho ―todavía estaba en fase de prueba―, pero llevaba meses sin efectos adversos en los ratones. Aquella velada salvaje confirmaba que su descubrimiento funcionaba espléndidamente con humanos.
Suspirando, se dispuso a revisar las jaulas. Con sorpresa vio que la del ratón macho estaba volcada. Al parecer, el sujeto de prueba había escapado.
Su ayudante apareció de golpe, causándole un sobresalto.
―¿Gladys, pasó algo? ―preguntó.
La doctora negó con la cabeza y fue a revisar la jaula de las hembras. De inmediato la soltó horrorizada. Entre el aserrín manchado de sangre, descubrió los cuerpos mutilados de las otras ratas.
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