Hoy llamé por teléfono a mi madre.
Hablamos de las próximas vacaciones, de las orquídeas, de la receta del budín de zanahorias.
Agotados esos temas, caímos en un silencio ominoso.
Mamá nos sacó del bache hablando del dentista y luego, de lo tardía de mi dentición.
Yo seguí con lo de los hijos y lo difícil que resulta criarlos y ella sumó de cómo uno los extraña cuando se van de casa.
El segundo silencio fue más peligroso, una tentadora incitación.
Abrí la boca y volví a cerrarla.
Cuando no pudimos resistirlo más, cortamos al mismo tiempo, sin despedirnos.
Fue una sensación liberadora haber logrado evitar el tema del momento.
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