—¡Ay, mis circuitos, mis pobres circuitos!
El esponjoso iznobita bajó del vehículo mirando en todas direcciones. Nadie.
Levantó al niño para esconderlo y seguir su camino cuando una voz hormigueante lo detuvo en seco:
El esponjoso iznobita bajó del vehículo mirando en todas direcciones. Nadie.
Levantó al niño para esconderlo y seguir su camino cuando una voz hormigueante lo detuvo en seco:
—Estos cinco ojos lo han visto todo, señor. Usted atropelló al robotito y ahora intenta deshacerse de su cuerpo...
—Yo, yo... — balbuceó el iznobita cambiando repetidamente de color.
—Usted comete un delito, debería reportarlo, aunque eso le suponga la cárcel u otro castigo peor.
—No… porrr favorrr, fue akzidente, lo jurrro.
—¡¿Accidente?! Le ha abollado la cabeza y el bracito aún está allí, bajo su nave. Esto supondrá un arreglo muy, muy costoso y sin garantías.
—Oh, ezo no ez prrroblema —dijo el gordo mientras extraía una gran jeringa de su nave.
Se la clavó en el abdomen y la llenó con su sangre violeta.
—Tenga...doz litroz. Ezto cubrrrirá la rrreparación y un extrrra por encargarrrze.
—Usted no me compra, señor, lo hago por el niño.
—Grrrazias, muchaz grrrazias... —alcanzó a decir el sujeto mientras se metía a la nave y salía disparado de allí.
—Grrrazias, muchas grrrazias... —repitió el niño imitando el sonsonete.
Se incorporó de un salto y mientras se ponía el brazo dijo a su amigo:
—Ha sido un día muy productivo, junta esa chatarra falsa mientras yo voy a vender la sangre de ese idiota. Te veré en las carreras de tudkots.
¡Volver a la nave nodriza!
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