En el bodegón, Gregorio Samsa pide un sanguche de milanesa completo. Levanta el pan y sobre la lechuga encuentra una cucaracha muerta.—No puede ser —dice el mozo. Gregorio abre el sanguche y se lo muestra. —Yo no veo ninguna cucaracha, señor —responde. Algo tiene su voz, una especie de zumbido. Gregorio lo mira y se da cuenta de que el tipo es una cucaracha gigante. Luego mira sus propias manos y descubre que son dos pinzas de insecto. Dentro del sanguche sangra el cadáver destrozado de un hombrecito diminuto, muy parecido a Gregorio Samsa.
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