Por seguridad, lo amarraron del pecho y las rodillas.
Era enloquecedor. Ulises intentó en vano cubrirse los oídos, sus brazos estaban bien sujetos.
―¡Resiste! ―le gritaban ―¡No debes rendirte!La nave se bamboleaba, la cabeza le daba vueltas, su conciencia estaba invadida del pavoroso sonido.
―Las sirenas, las sirenas… —alcanzó a murmurar antes del desmayo.
El piloto se apiadó y las desconectó. La ambulancia se adentró, silenciosa, en un mar de autos, camino del hospital.
―¡Resiste! ―le gritaban ―¡No debes rendirte!La nave se bamboleaba, la cabeza le daba vueltas, su conciencia estaba invadida del pavoroso sonido.
―Las sirenas, las sirenas… —alcanzó a murmurar antes del desmayo.
El piloto se apiadó y las desconectó. La ambulancia se adentró, silenciosa, en un mar de autos, camino del hospital.
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