Como en el juego de la mancha, huimos corriendo del largo brazo de la peste.
Quince días de aislamiento forzoso, mi condena, según unas reglas que no me atrevo a quebrantar.
Y a las doce de la noche del quinceavo, salgo de la nave carcelera a reencontrarme con la libertad. Amada, imprescindible, peligrosa libertad del canario jaulero, a la deriva en un mundo en el que ya no sabe vivir.
Apenas desplegadas las temblorosas alas, la llovizna me azota la cara. A unos pasos me castigan los gritos de una pelea, ruido de vidrios, un llanto de mujer. Mi piel, adelgazada, semitransparente ya no me protege y al llegar a la esquina, un niño-perro de nadie que revuelve en la basura, me asesta la estocada final.
Atormentado, remonto el cordón umbilical. Regreso al útero, a mi amado síndrome de Estocolmo.
Maldita la hora en que decidí salir a comprar cigarrillos.
Muy bueno y un final anormalmente hermoso
ResponderEliminarGracias, Lector/a, quienquiera que seas.
EliminarSaludos.