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lunes, 7 de enero de 2019

Ocho Pines vs. el cubo de Rubik

El capitán jugueteaba con un colorido cubo entre sus manos.

—¿Qué es eso? —preguntó Ocho Pines señalando con la antena que tenía por nariz.

—Es un entrenador cerebral; una sofisticada pieza de ingeniería humana.

—¿Cuál es el objetivo? —indagó el robotito.

—Debes completar cada cara con su color, moviendo las filas sobre sus ejes.

—¿Lo ha logrado alguna vez?

El capitán agotó su paciencia y se rindió.


—No. Es algo muy difícil.

—Aburridooo... Me voy a las carreras de tudkots.


—Alto, jovencito. El insectoide dejó muy claro que tenías prohibido apostar a los tudkots y que me cuidara de tu antena. ¿Qué tiene tu antena?

El niño robot respondió estirándola un poco.

—Hagamos una apuesta, Capitán. A que resuelvo el cubo en menos de tres segundos.

—Imposible...

—Si fallo, le cuento el secreto de mi antena, pero si lo logro, me voy de la nave sin problemas.

Cuando el insectoide regresó, encontró al capitán todavía mirando el cubo perplejo.
Al oír cómo perdió la apuesta, el insectoide soltó una chirriante carcajada.

—Lo estafó como a un novato. Alteró su percepción cromática.

—¡¿Y cómo diablos pudo hacer eso?!

—Le dije que se cuidara de su antena...



¡Volver a la nave nodriza!


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