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jueves, 6 de diciembre de 2018

Santiago de Chile

El fútbol no es vistoso en la José María Caro, ahí pica fuerte la jaiba. ¿Penales? Ahí se define a puñaladas.
Claudio mira al costado de la cancha y piensa «¡Que paja!, venir desde tan lejos y que mis primos no estén en casa. ¿Qué sería peor?» 
El pelotazo furibundo en plena cara contesta su retórica pregunta. Le saltan las lágrimas y los mocos de una nariz que ya no le parece suya.
Un negro gigante de voz aguardentosa le grita:—¡Anda a buscarla, aweonao! —. Y después ya le echa la foca. —¡Corre zombi! ¿o querí' que te saque la chucha?¿no veí' que vamos perdiendo?
A medida que se aleja, el miedo se le convierte en bronca. Bronca por los primos que no están, por el pelotazo, por los insultos. 
Allá levanta el balón embarrado, desde lejos, los jugadores le hacen señas con los brazos y en sus bocas se adivinan más insultos...
Mira a ambos lados. De un lado la cancha, del otro la autopista. Una sonrisa malévola se dibuja en su rostro. Les muestra el dedo mayor enhiesto, gira y patea la pelota al paso fatal de autos y camiones. 
Después, el mundo se reduce a correr por su vida.

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