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miércoles, 5 de diciembre de 2018

Milagrito, nomás

El renegado gastaba sus últimas horas recostado sobre un catre inmundo, mirando una chinche escalar la pared del calabozo.
Llamó su atención una partícula brillante de mica, pegada en el revoque.
La manchita empezó a crecer y crecer ante sus ojos, hasta convertirse en un vórtice luminoso horadando el muro.
El reo se aproximó con cautela pero sin miedo.
Considerando su inminente fusilamiento, decidió que nada empeoraría por lanzarse a lo desconocido. Se adelantó y cruzó el portal.
De inmediato lo cegó un sol brillante, mientras escuchaba inconfundibles sonidos marinos y un viento salado golpeaba su cara. Con el corazón alborotado, avanzó dos pasos y la luz desapareció de pronto.

Cuando la vista se acostumbró, se encontró frente al catre, del lado opuesto de la celda.
Sin terminar de comprender, retrocedió hasta que su espalda chocó contra el muro sólido, el vórtice había desaparecido.

Desde el corredor llegaron las voces de los soldados.
Era la hora, el pelotón estaba listo.













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