“...dos cuartas de cogote y una percha en el escote bajo la nuez”.
Discepolín.
Con la cabeza de conejo de pascua bajo el brazo me recuerda a un astronauta. El disfraz le queda enorme. Baja la mirada, restriega el piso con su patota gigante. Desconfía de mis razones para invitarle una cerveza a media mañana. Sus ojos buscan al guardia de seguridad, está allá, lejos, vigilando los juegos mecánicos. Resopla, al final cede.
Bebemos en silencio. Estoy hipnotizada por su perfil aguileño, su barba hirsuta, su cabello desgreñado. No me sale a preguntarle nada. ¿Habrá una próxima vez?¿Navidad, tal vez?
—Tengo sed —murmura el conejo del centro comercial esa misma tarde en la plaza. Está interpretando a Jesús, colgado de la cruz en el Vía Crucis viviente. Un centurión romano le alcanza una esponja con vinagre. Sigo de largo, tampoco es buen momento para preguntas.
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