Los perros comenzaron a ladrar como locos, tanto barullo metían que Pedro dejó el control remoto junto a la cerveza y salió en camiseta al frío de la noche.
―¿¡Qué mierda les pasa a ustedes!? ―les gritó —. ¡Quiero ver el partido!
Era una pregunta retórica pero uno de los perros le respondió en perfecto español:
—¿Sabe que pasa, jefe? Hay una perrita alzada en la otra cuadra.
La cara de Pedro se transfiguró de horror. Retrocedió lentamente sin dejar de mirar al animal y cuando ganó unos metros, corrió en dirección a la casa.
Entró jadeando y pegó la espalda contra la puerta, Marta se alarmó al verlo tan pálido. Él quiso explicarle pero de su boca solo salieron unos ladridos desesperados.
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