Sentada en la vereda, se frotó su panza de embarazada considerando alternativas:
“Por ahí ya se calmó, por ahí se le pasó el pedo y está dormido”. “O tal vez está furioso, queriendo terminar lo que empezó anoche”.
Le daba miedo entrar aunque fuera su casa, pero sabía que la situación no mejoraría por hacerlo esperar. Al abrir la puerta con sigilo, la sorprendió encontrarse frente a otra mujer.
―Había que hacerlo ―le dijo la desconocida ―. Capaz que hoy no, pero algún día te iba a matar, yo misma lo vi.
Su cara le parecía familiar y sus manos temblorosas empuñaban un objeto parecido a un control remoto.
La dueña de casa se asomó a la habitación y vio a su marido acostado, la mirada fija en el techo y las manos crispadas sobre el corazón.
Detrás suyo oyó la voz de la intrusa:
―Cuando lo revisen parecerá un ataque cardíaco. Ahora tengo que volver.
Y tocándole la panza con ternura agregó:
―Vamos a estar bien. Cuidame mucho, Mamá.
Luego se desvaneció ante sus ojos.
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