A poco de leer a Lafontaine,
una araña quiso ser hormiga.
Se arrancó con dolor dos de sus patas,
y encorsetó muy prieta su barriga.
Con su insectil aspecto modelaba,
por la barra de madera en mi cocina.
Contoneábase ensayando unos visajes,
como en una pasarela parisina.
Acertaron a detectarla mis ojos,
y mi chancleta se le vino encima,
aplastando su cuerpo diminuto,
y dejando en la madera una manchita.
―¿Y eso? ―inquirió curiosa mi mujer.
―Un bicho, queseyó, una mariquita...
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