Se adivinaba la mandíbula tensa bajo el barbijo imaginando las consecuencias históricas que provocaría un error suyo en una intervención tan sencilla para la avanzada ciencia del siglo veintitrés. Por eso manipulaba el material genético con cuidado, por eso controlaba las funciones vitales en todo momento. Quería terminar el procedimiento de inseminación cuánto antes para evitar que en la aldea echaran en falta a la paciente.
Minutos después, se asomó a la sala de espera secándose la frente.
―Todo salió bien, sigue dormida. Ya se la pueden llevar —dijo a los centuriones.
A pesar del éxito, el buen doctor San Gabriel seguía intranquilo, sabía que semanas después tendría que aparecer en Nazaret para explicarle lo mejor que pudiera a la joven judía lo importante que era para la humanidad su singular embarazo.
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