Una anciana remonta la calle empedrada cubriéndose del sol con un paraguas negro.
Hace tiempo que el doctor Van Helsing descubrió a los vampiros evolucionados, ya no son solo nocturnos.
—El paraguas no me engaña ―piensa Van Helsing ―, esa vieja es en realidad la reina de los vampiros. Su muerte será el golpe final, de ella depende toda la raza.
Ignorante del peligro que la acecha, la anciana conquista el camino al hospital, ni el calor ni la edad le impiden visitar a su hijito cada viernes.
Van Helsing transpira escondido. Empuña una estaca filosa que piensa clavarle en el corazón justo cuando pase.
La viejecita está casi a su lado, Van Helsing alza el arma. Ya va a hundírsela cuando la vieja cierra el paraguas.
¡Sigue bajo el sol! ¡Es inmune! Van Helsing baja el brazo confundido. Entonces… ¡no es la reina!
La viejita lo abraza con ternura, le acaricia la cabeza, después le quita el palo puntiagudo y lo convence de volver con ella al psiquiátrico.
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