—¡Oh antiguo árbol anciano, te ordeno que florezcas ahora! —gritó.
Desde el arrugado tronco surgió una voz potente y recóndita que dijo:
—¡No me da gana, no me molestes!
Todos se fueron abucheando al profeta. Hacer hablar al árbol no era el milagro que les había prometido.
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