¡Que partido aburrido! Faltan cinco minutos para ponerle un manto de piedad a este cero a cero. Llevo una horita larga aguantando las ganas de orinar, esperando el milagro de un gol improbable, ya diría imposible. Perdida toda esperanza, bajo las gradas apurado. Ya estoy llegando a la puerta del baño cuando estalla la multitud: ¡Goooool! Vuelvo corriendo a la tribuna sólo para darme cuenta que la vida real no tiene repetición del gol. El árbitro pita el final y la marea humana corre al baño.
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