Inspeccioné los lomos que se me ofrecían ansiosos desde los estantes. “¿Quién tendrá hoy el privilegio de mi compañía?” Al final, retiré un grueso volumen, una novela que ya tenía conocida. Me entretuve un momento admirando la portada antes de llevarlo a mi lugar de lectura favorito.
“ A vos ya te conozco, sé bien de qué va tu historia”. Luego de mojarme la yema de los dedos con saliva, comencé a pasarle las páginas, una a una, ojeando con delicadeza algún párrafo al azar, siguiendo la narración, subiendo poco a poco la velocidad a medida que avanzaba. Seguí moviendo los dedos cada vez más rápido hasta llegar al punto exacto donde la trama alcanzaba el clímax. Justo ahí me contuve de seguir leyendo, saque mi señalador favorito y lo hundí entre las páginas, jadeando. Le cerré fuerte las tapas y me concentré en recordar el final.
Todavía tenía los ojos cerrados cuando mi primo entró en la escena:
—Eso que estás leyendo debe ser muy interesante, primito. Prestámelo cuando termines con él.
La única piña que le di le reventó el labio y lo dejó noqueado contra una estantería.
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