Había madurado bien, ¿verdad? Era una mujer bellísima, una reina que no se comparaba con las princesitas de tres al cuarto que llegaban a la nación, y eso que había algunas de belleza deslumbrante.
Ella había cambiado, desde luego, sus rasgos se habían definido, ahora tenía un porte, ejem, señorial y una mirada astuta, pero seguía siendo la más hermosa del reino. Y sin embargo, Blancanieves había empezado a consultarlo a escondidas:
—Espejito, espejito…
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