En su perversa deformidad, el basural exige a sus habitantes un razonamiento igual, pues solo una psiquis delirante puede sobrevivir entre la basura.
Dilatando las fosas nasales, uno de estos despojos humanos, recorría aquel laberinto de jirones de vidas ajenas persiguiendo un rastro, un hedor familiar. Al cabo, su pupila curtida descubrió un bulto grande, envuelto en plástico y cinta de embalar. Las moscas zumbaban alrededor y el olor tan penetrante lo caló hasta la náusea. Apenas recompuesto, decidió revelar el contenido, fuera lo que fuese, tomó coraje y con un pedazo de lata oxidada rajó el paquete de punta a punta. Su cara se demudó del espanto. Salió huyendo despavorido de esa bolsa llena de billetes que ya volaban con el viento.
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