Se prendió un rubio de puro aburrido, antes había estado fumando unos negros egipcios bastante fuertes. A veces le duraban un suspiro y otras veces se consumían lentamente con la ceniza colgando en equilibrio precario. Cortos, largos, suaves, todos le daban más o menos lo mismo y tenía para elegir, los atados parecían multiplicarse a su alrededor igual que la ridícula preocupación de que algún día se acabarían.
Pitó tan fuerte que hizo crepitar la brasa. Si tuviera voluntad haría algo saludable, lo dejaría ahora mismo. Dios le dió la última calada al rubio, soltó despacio el humo y con dos dedos tiró la colilla lejos.
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